Judith Ariho no puede llorar todavía al recordar la masacre en la iglesia en la que murieron su madre, dos hermanos y otros cuatro familiares junto a otras 700 personas.
12 junio 2020.-Hace 20 años, en el distrito Kanungu, en el suroeste de Uganda, cientos de personas fueron encerradas dentro de una iglesia y sus líderes le prendieron fuego desde afuera.
Dos décadas después, el horror del evento sigue persiguiendo a Ariho, quien parece ser capaz de lidiar con el trauma al cerrarse a las emociones.
Los muertos eran miembros del Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios, una secta del «día del juicio final» que creía que el mundo se acabaría a comienzos del milenio.
«El fin de los tiempos actuales», como lo expresó uno de sus libros, llegó dos meses y medio después del inicio del nuevo milenio, el 17 de marzo de 2000.
Veinte años después, nadie ha sido juzgado por la responsabilidad en la masacre y los líderes de la secta, si están vivos, nunca han sido encontrados.
Olor a carne quemada
Anna Kabeireho, que todavía vive en una ladera en la tierra que pertenecía a la secta no ha olvidado el olor que envolvió el valle ese viernes por la mañana.
«Todo estaba cubierto de humo, hollín y el hedor a carne quemada parecía ir directamente a los pulmones«, recuerda.
«Todos corrían hacia el valle. El fuego seguía. Había decenas de cuerpos quemados».
«Cubrimos nuestra nariz con hojas aromáticas para evitar el olor. Durante varios meses después, no pudimos comer carne».
Kanungu es una región fértil y pacífica de verdes colinas y profundos valles cubierta de pequeñas granjas.
El viaje hacia el valle que una vez fue la sede del Movimiento debe hacerse a pie.
Desde allí, es fácil ver cómo la comunidad religiosa mantuvo sus vidas lejos de los ojos de los vecinos.
El canto de los pájaros rebota en las colinas y se escucha el sonido de una cascada en la distancia cercana. Es el escenario ideal para una existencia contemplativa.
Pero no queda nada en la actualidad del edificio que fue rociado con gasolina.
Cerca del lugar donde se encontraba hay un largo montículo de tierra, el único marcador de la fosa común en la que están enterrados los que murieron en aquel infierno.
Sacerdotes y monjas expulsados
Los fieles fueron atraídos por dos carismáticos líderes: Credonia Mwerinde, excamarera y trabajadora sexual, y el exempleado del gobierno Joseph Kibwetere, quienes dijeron que habían tenido visiones de la Virgen María en la década de 1980.
Organizaron el Movimiento como un grupo cuyo objetivo era obedecer los Diez Mandamientos y predicar la palabra de Jesucristo.
Los íconos cristianos eran prominentes en el complejo del Movimiento y la secta tenía vínculos débiles con el catolicismo romano, principalmente con varios sacerdotes y monjas expulsados, incluidos Ursula Komuhangi y Dominic Kataribabo
Los creyentes vivían principalmente en silencio, ocasionalmente usando señales para comunicarse.
Ariho, de 41 años, se unió al Movimiento con su familia cuando tenía 10 años.
Su madre viuda estaba luchando por criar sus tres hijos, uno de los cuales sufría de dolores de cabeza persistentes.
El grupo de Kibwetere les ofreció oración y un sentido de pertenencia, dice.
La comunidad autosustentable acogería familias enteras, atendiendo todas sus necesidades.
Los miembros cultivaban su propia comida, administraban escuelas y usaban sus habilidades para contribuir con la mano de obra.
La vida en comunidad
La familia de Ariho se acogió a una rama de la iglesia con unos 100 miembros que estaba ubicada a dos kilómetros de la ciudad de Rukungiri.
«La vida giraba en torno a la oración, aunque también cultivábamos», recuerda.
«Hicimos todo lo posible para evitar el pecado. A veces, si pecabas, te ordenaban rezar el rosario 1.000 veces. Tenías que hacerlo, y también pedirles ayuda a amigos y familiares, hasta que cumplías con tu castigo».
La devoción al Movimiento consistía regularmente en peregrinar a una colina empinada y rocosa cercana. Después de una dura caminata a través de un bosque de eucaliptos, los fieles alcanzaban una roca que creían que representaba a la Virgen María.
Mientras caminamos por su pueblo, Ariho señala las granjas de los vecinos.
«Allá perdieron a una madre y sus 11 hijos y en esa casa, una madre y sus ocho hijos también murieron (durante el incendio de la iglesia)», dice, desviando la mirada al suelo.
Ariho no estaba en Kanungu el día de la tragedia, ya que en 2000 se había casado con alguien que no formaba parte del Movimiento.
Pero ella recuerda que los líderes tenían un control omnisciente sobre los fieles y que Mwerinde y Komuhangi parecían estar al tanto de cada pecado que se había cometido en los lugares remotos de la comunidad.
Asesinatos
Al parecer, los líderes de la secta también pudieron haber cometido asesinatos y torturas antes de la masacre final.
En Kanungu se encontraron numerosas fosas amplias y profundas donde se recuperaron decenas de cuerpos que se cree que fueron arrojados durante varios años.
En la parte posterior de lo que parece un edificio de oficinas en ruinas hay dos fosas más que se dice que fueron cámaras de tortura.
Todavía no está claro qué convirtió a los miembros ordinarios de la sociedad en líderes de una secta masacró a sus fieles .
Los orígenes
Antes de hablar sobre las supuestas apariciones y reunir a cientos de personas en un credo, Kibwetere había sido un hombre exitoso y un miembro regular de la comunidad católica romana.
Topher Shemereza, ahora un funcionario del gobierno local, lo veía como una figura paterna.
«Era un miembro íntegro de la comunidad y un hombre de negocios astuto. Yo no tenía trabajo cuando terminé la universidad, así que me ofreció transportar alcohol ilegal que vendíamos en los distritos vecinos», explica.
Unos años después, Kibwetere informó a su protegido de que ya no vendería más alcohol.
El hombre mayor y los que serían sus compañeros como líderes de la secta pasaron dos semanas en una casa hasta la noche en que partieron hacia Kanungu, donde establecerían la sede del Movimiento.
«Esa fue la última vez que lo vi. El hombre que conocí no era un asesino. Algo debió haber cambiado en él», dice.
Después de la fundación del Movimiento, las noticias sobre Kibwetere y su religión se extendieron por el suroeste de Uganda y más allá.
La comunidad no estaba aislada del resto de la sociedad y varias personas en puestos de autoridad, incluidos policías y funcionarios del gobierno local, estaban al tanto de sus actividades. Pero se tomaron pocas medidas contra la secta antes de la tragedia.
Aunque la Interpol emitió avisos para el arresto de seis líderes en abril de 2000, aún no se sabe si alguno de ellos murió en el incendio o si viven escondidos.
Un informe policial de Uganda de 2014 indicó que Kibwetere pudo haber huido del país. Pero otros dudan de que estuviera lo suficientemente bien de salud como para poder escapar.
Sin recuerdos
Los movimientos espirituales que llevan el sello distintivo de la secta Kanungu, donde los devotos creen incuestionablemente que sus pastores pueden resucitar a los muertos o que el agua bendita sanará dolencias, han continuado emergiendo en todo el continente.
Su atractivo es claro, según el profesor Paddy Musana, del Departamento de Religión y Estudios de Paz de la Universidad de Makerere.
«Cuando hay tensión o una necesidad que las instituciones existentes no pueden satisfacer fácilmente, como las religiones tradicionales o el gobierno, y alguien emerge y afirma tener una solución, miles se les unirán», dice a la BBC.
«El culto Kanungu señaló los males de la época y predicó una renovación o un nuevo compromiso con la fe».
Musana agrega que no es necesario mirar demasiado lejos para encontrar un hilo similar en los mensajes de los autoproclamados profetas de hoy.
«La ‘industria de Jesús’ se ha convertido en una empresa de inversión. Los predicadores de hoy hablan sobre la salud y el bienestar debido a las numerosas enfermedades y a un sistema de salud pública que apenas funciona», dice el académico.
Dos décadas después, la parcela en Kanungu se utiliza ahora como una plantación de té, pero el empresario local Benon Byaruhanga dice que tiene planes de convertir parte de ella en un monumento.
Hasta ahora, los muertos en Kanungu nunca han sido recordados oficialmente. Los que perdieron miembros de su familia nunca obtuvieron respuestas.
«Oramos por nuestra gente por nuestra cuenta. Soportamos nuestro dolor en silencio», dice Ariho al reflexionar sobre la muerte de su madre y sus hermanos.
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